Las dos caras de Joaquín Villalón, el asesino «señorito»
Corría el año 1978 cuando el joven Joaquín Villalón Díez, que había dejado su Mérida natal para buscar en la Academia Militar de Zaragoza un futuro mejor, se convierte en un prófugo de la justicia.
El soldado ha desertado y huido al ser acusado por las autoridades del atraco a una gasolinera. Su intención es llegar hasta Andorra, donde primero se oculta y posteriormente se instala y rehace su vida con cierta normalidad.
Paquita: su primera víctima
Ya en el año 1981, Joaquín ha conseguido empleo en un supermercado donde conoce a Francisca Gracia Coca, a la que todos llaman Paquita, y con la que inicia una relación sentimental. Villalón oculta a Paquita que, años antes, él ya había estado casado con otra mujer de la que se separó de forma traumática.
Pero a pesar de esto la relación entre ambos avanza hasta que Paquita queda embarazada y comienza a presionar a Joaquín para casarse. La llegada al mundo de un bebé es para Paquita motivo más que justificado para que Joaquín y ella contraigan matrimonio, pero Villalón no está dispuesto y las discusiones entre la pareja son cada vez más graves, aunque nada hacía presagiar lo que finalmente ocurrió el 22 de julio de 1981.
Esa madrugada Joaquín pierde los estribos y estrangula con sus propias manos a Paquita acabando así con la vida de su pareja y, como consecuencia, con la del hijo que ambos esperaban. Villalón convive con el cadáver de Paquita durante 3 días hasta que decide mutilarlo.
Con la ayuda de una sierra descuartiza el cuerpo, introduciendo los distintos pedazos en bolsas y sacos de arpillera de los que se deshace repartiéndolos por distintos puntos de un paraje boscoso cercano al pequeño municipio de Bixessarri.
Varios días más tarde los restos mortales de Paquita son descubiertos por un policía andorrano que paseaba por la zona y, cuando se conoce la identidad de la víctima, todos los indicios apuntan a Joaquín como el presunto autor su muerte.
Apresado en Madrid
Villalón ha huido de Andorra refugiándose en esta ocasión en Madrid, en un pequeño hostal donde finalmente fue detenido portando entre sus pertenencias un documento a modo de mapa en el que había señalado los lugares en los que abandonó los distintos sacos con los restos de Paquita. Ante esto Joaquín apenas tiene opción de defensa y es condenado a 17 años de cárcel.
Diez años más tarde Joaquín se ha convertido en un recluso con un comportamiento intachable y comienza a disfrutar de algunos permisos, llegando en agosto de 1991 a conseguir el tercer grado en régimen abierto, por lo que sólo debe acudir a dormir a la prisión de Yeserías.
Pero lejos de mantener una vida ordenada fuera de la cárcel, Villalón se convierte en un habitual de los ambientes de la prostitución madrileña. Más concretamente de los círculos frecuentados por travestis y transexuales, lo cual, por otra parte, no le impide entablar una nueva relación sentimental con otra mujer con la que convive en el barrio de Arganzuela.
Volviendo a las andadas
Pero el monstruo que llevaba dentro no tarda en volver a aflorar. El 27 de septiembre de 1992 Joaquín contrata los servicios de un travesti, José Indalecio Castañero Rodríguez, de 37 años, y que utiliza el nombre de Carmen.
Villalón es uno de sus clientes habituales y por eso Castañero le cita directamente en su piso situado en el número 82 del Paseo de la Habana. Pero una vez allí algo motiva una discusión entre ambos y Villalón rocía a Castañero con un spray y le golpea con violencia hasta dejarlo inconsciente.
Es entonces cuando Joaquín arrastra el cuerpo de Castañero hasta el baño y lo inmoviliza con una gruesa cadena de acero. Acto seguido le coloca algunas telas y prendas de ropa sobre las piernas a las que, a continuación, prende fuego con una cerilla y huye del lugar llevándose algunos objetos del piso, entre ellos un reproductor de cintas de video.
Los vecinos dan la voz de alarma al percatarse del humo y los bomberos logran rescatar a Castañero con vida pero con una gravísima intoxicación por inhalación de humo y severas quemaduras, por lo que acabará falleciendo el 23 de enero de 1993 sin haber podido revelar la identidad de su agresor.
Una nueva víctima
Apenas un par de semanas después de este brutal ataque, el 9 de octubre de 1992, Villalón contacta con otro varón travestido que ofrece servicios sexuales. Se trata de Juan Manuel Martínez Sierra, de 29 años, y que ejerce la prostitución con el nombre de Joanna.
Tras un contacto en la calle, Juan Manuel invita a Joaquín a su piso, en el número 42 de la calle Buenavista. Una vez allí, Villalón repite el patrón y la emprende a golpes contra Juan Manuel hasta noquearle.
Después arrastra su cuerpo inerte hasta el baño, donde llena la bañera de agua y sumerge en ella la cabeza de Juan Manuel hasta ahogarlo. Doce días más tarde, el 21 de octubre, será cuando un compañero de oficio de Juan Manuel acuda al domicilio al no tener noticias suyas y descubra el cadáver.
En su afán por el dinero, Joaquín volvió a aprovechar la tesitura para robar a su víctima. En esta ocasión, al igual que hizo en casa de Castañero, se lleva algunos objetos y también se apodera de las tarjetas y libretas bancarias de Juan Manuel, que utiliza sin reparo para extraer grandes cantidades de efectivo en cajeros y pagar algunas compras.
La policía detecta estos movimientos en las cuentas del fallecido y, gracias a las cámaras de seguridad, los investigadores logran obtener una imagen de Villalón, aunque no conocen su identidad.
Por ello deciden establecer un operativo en torno a los cajeros más frecuentados por el sospechoso hasta que logran detenerlo el 28 de octubre de 1992 en una entidad bancaria próxima a la calle Preciados de Madrid.
En libertad desde 2013
En el momento de su detención Joaquín ya había gastado más de dos millones de pesetas del saldo de su segunda víctima. Además, en el registro de su domicilio, se encontró el reproductor de cintas de vídeo que robó a la primera, por lo que también se le pudo imputar este hecho.
Así, en 1995, Joaquín Villalón Díez fue condenado por la Audiencia Provincial de Madrid a 58 de prisión por los asesinatos de Carmen y Joanna, o lo que es lo mismo de José Indalecio Castañero y Juan Manuel Martínez.
El “asesino señorito” (apodado así por sus cuidados modales y por la imagen extremadamente pulcra que exhibía siempre en sus comparecencias en los juzgados) cumplió condena hasta el 10 de diciembre de 2013, cuando abandonó la prisión de Perogordo, en Segovia, después de que el Tribunal de Derechos Humanos derogase la doctrina Parot y, de ese modo, las matemáticas penitenciarias concluyesen que había pagado su deuda con la sociedad.
Villalón es, a día de hoy, un hombre libre aunque nunca recibió en prisión ningún tipo de tratamiento psicológico o rehabilitación.
Y todo ello a pesar de que los distintos expertos que le evaluaron en su segundo juicio manifestaran que Joaquín sufría un trastorno de la sexualidad llamado travestismo fetichista y un trastorno psicopático de la personalidad con rasgos esquizoides y paranoides, coincidiendo todos ellos en que, de no haber sido detenido, las probabilidades de que hubiera seguido asesinando eran tremendamente altas.
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