El secuestro de María Ángels Feliú, la farmacéutica de Olot
María Ángels Feliú Bassols pasó 492 días privada de libertad desde noviembre del año 1992 hasta marzo de 1994. El secuestro de esta farmacéutica de la localidad gerundense de Olot fue, hasta ese momento, el más largo sufrido por una persona en España.
Ya en 1997, el funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara le arrebató ese funesto récord tras pasar 532 días secuestrado en manos de E.T.A. No obstante, el de María Ángels sigue siendo aún, a día de hoy, el secuestro de mayor duración en nuestro país llevado a cabo sin intenciones terroristas.
El inicio de la pesadilla: el secuestro
El 20 de noviembre de 1992 (7 días después de que desaparecieran las niñas de Alcasser) María Ángels, que en ese momento tiene 34 años de edad, cierra sobre las 21.00 horas la farmacia que regenta en Olot.
Tras cuadrar la caja conduce hasta su casa, donde la esperan su marido y sus 3 hijos, de 2, 3 y 5 años respectivamente.
Ya en el garaje de su finca Feliú es abordada por un hombre encapuchado que empuña una escopeta de cañones recortados. Ella se cree víctima de un robo y le ofrece la recaudación del día en su farmacia.
Pero el asaltante obliga a la farmacéutica a tumbarse en la parte trasera de su propio coche mientras otro hombre, también encapuchado, aparece en la escena para ponerse a los mandos del automóvil y abandonar el garaje con los tres a bordo del mismo.
Poco más tarde los dos hombres se reúnen con un tercero y cambian a María Ángels de vehículo, dejando el suyo abandonado en un descampado.
Al equipo se sumará un cuarto integrante y volverán a cambiar de coche, introduciendo a Feliú en el maletero después de inmovilizarle las manos y cubrirle la cabeza con una bolsa de tela.
En este último vehículo los secuestradores acabarán dirigiéndose hacia el propio domicilio de uno de ellos. Una casa en la que, entre la hierba del jardín, han camuflado una trampilla que da acceso a un pequeño túnel subterráneo.
Allí, tras una fría puerta metálica, se aloja un hueco de dimensiones raquíticas excavado en la tierra. Será el zulo en el que María Ángels Feliú tendrá que resistir en lamentables condiciones durante todo su cautiverio.
Primeros momentos tras el secuestro
Sobre las 23.00 horas uno de los secuestradores telefonea a un hermano de María Ángels. En esa primera conversación el llamante se limita a informar a la familia Feliú del secuestro de la farmacéutica y les anuncia que volverán a ponerse en contacto con ellos para fijar las condiciones de su liberación.
Aunque ni María Ángels ni sus familiares vivían de forma ostentosa, el padre de la víctima, Tomás Feliú de Cendra, era un importante empresario de la zona, por lo que el secuestro parecía tener desde un primer momento un claro propósito económico.
Inicialmente, el Juez de Guardia designa (de forma inusual) a la Policía Local de Olot para que actúe en funciones de policía judicial. Es por ello que cuando el coche de María Ángels es localizado, son agentes locales quienes realizan una primera inspección ocular en el mismo en busca de huellas, con resultado negativo.
Su Señoría no tardó en revocar esta decisión y asignar el caso a la Guardia Civil, que revisó nuevamente el vehículo de Feliú, sin poder obtener tampoco huellas válidas para su cotejo.
En este punto, la Benemérita mostró su malestar por el modo en que la Policía Local de Olot realizó la primera inspección, argumentando que esta fue negligente y que la impericia de sus agentes dio al traste con cualquier posibilidad de hallar en el coche algún indicio que apuntase a los autores.
Sin embargo, el periodista Carles Porta, autor en 2021 del libro “La farmacéutica: 492 días secuestrada”, afirma en la actualidad que el desempeño de los funcionarios locales fue correcto y que tales manifestaciones de la Guardia Civil se debieron al conflicto competencial que se originó entre ambos cuerpos en un primer momento.
Con el paso de los días los captores contactan en varias ocasiones con la familia Feliú. Aunque hablan en castellano y utilizan distorsionadores de voz, algunas de sus expresiones les delatan como oriundos de la comarca.
En estos contactos exigen distintas cantidades de dinero, cada vez mayores, y pactan varias citas a las que, finalmente, nunca llegan a acudir. Doce días después del secuestro, una amiga de María Ángels recibe una carta que contiene una cinta de cassette.
En ella se escucha la voz de una mujer que pide de forma angustiosa que paguen su rescate. Sólo la madre de María Ángels reconoce esa voz como la de su hija. El resto de la familia y los propios investigadores tienen dudas de que sea ella.
Mientras los días pasan, Olot se moviliza y se convocan marchas multitudinarias para pedir la liberación de su vecina. Los Feliú Bassols también son arropados por altos cargos de la política y la Iglesia Católica, evidenciando así la importancia social y económica de la familia de la víctima.
El cautiverio de María Ángels en el zulo: una cárcel de tierra
Con unas dimensiones de poco más de 1,60 m. de ancho y otro tanto de alto, excavado en el suelo de un jardín, sin ningún tipo de impermeabilización o aislamiento y sin luz. Estas eran las características principales de la cárcel de tierra en la que sus captores ocultaron a la farmacéutica de Olot durante 16 meses.
Este espacio, en el que Feliú no podía ni ponerse de pie, contaba como único mobiliario con un pequeño colchón y un cubo para que la cautiva hiciese en él sus necesidades fisiológicas.
Al cabo de unos meses, María Ángels fue “obsequiada” con algunas velas y un mechero, lo cual le permitía ver a los insectos, arañas, ratas, e incluso escorpiones que rondaban a su alrededor.
También comenzó a recibir la compañía de un altavoz conectado a una radio, en el que, para su desasosiego, llegó a escuchar cómo los investigadores que tenían que rescatarla la daban por muerta.
Su carcelero se hizo llamar “Iñaki”. Era el encargado de hacerle llegar el alimento y recoger sus excrementos. Podría decirse, con todas las comillas, que era quien la cuidaba dentro del infierno en el que él mismo la había introducido. Al igual que al resto de sus secuestradores, Feliú nunca le vio el rostro.
Los primeros sospechosos: Casals y Bassa
La Guardia Civil tiene elementos suficientes para sospechar que los secuestradores son de la zona, pero las pesquisas que realizan no dan resultados positivos. No será hasta octubre de 1993, tras el testimonio de Francisco Evangelista, cuando se produzcan las primeras detenciones.
Evangelista, que realizó algunos trabajos como auxiliar de detective privado, declaró que dos conocidos suyos, Joan Casals y Javier Bassa, le propusieron secuestrar a una farmacéutica.
Ambos son detenidos y acusados de la detención ilegal y asesinato de María Ángels, pues en ese momento los investigadores consideraban que habría fallecido. Los dos acusados niegan cualquier participación, pero el Juez de Instrucción decreta su prisión provisional.
La liberación de la farmacéutica de Olot
En la madrugada del 27 de marzo de 1994, el carcelero de Feliú se harta y, sin contar con el beneplácito de sus compinches, decide liberarla, dejándola en las proximidades de una gasolinera de la localidad de Lliça del Vall (Barcelona).
Cuando el encargado del establecimiento alertó a la Guardia Civil, los investigadores no podían creerlo, pues daban a la farmacéutica por muerta desde hacía meses.
María Ángels es trasladada de inmediato a un hospital de Barcelona. Su estado físico era lamentable: la fotofobia, atrofia muscular y llagas que presentaba por todo el cuerpo llevaron a los médicos que la examinaron a comparar su condición con la de los prisioneros de los campos de concentración nazis de la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, pocas horas después de su liberación, con una fuerza y valentía admirables y arropada por su marido (del que se separaría poco tiempo después), Feliú aparece en público para dirigir unas palabras a la prensa y a sus vecinos, dejando claro que su familia no había pagado ninguna cantidad en concepto de rescate.
Francisco Evangelista desaparece sin dejar rastro y Joan Casals y Javier Bassa son puestos en libertad bajo fianza, aunque siguen imputados en el caso.
La detención de los autores: Antonio Guirado, Ramón Ullastre y sus compinches
Una vez liberada, el testimonio de María Ángels aportó muchos pequeños detalles a la investigación, pero ninguno fue de la suficiente entidad como para dar con sus secuestradores.
Pasaron 5 años hasta que, en 1999, la Guardia Civil consiguió por fin llegar hasta ellos. No sin antes entrar en conflicto con el Cuerpo Nacional de Policía por una información no transmitida que, a la postre, sería la clave para resolver el caso.
Al parecer, en el año 97, Rafael García Amargo, funcionario de la Policía Local de Olot, manifestó a agentes de la Policía Nacional que un compañero suyo, Antonio Guirado, le propuso secuestrar a una persona pocos meses antes de la desaparición de María Ángels Feliú.
Por motivos que se desconocen, esta confidencia no fue oportunamente transmitida a los agentes de la Benemérita que estaban al mando del caso y no tuvieron conocimiento de la misma hasta el año 1999.
Ante tal revelación, Antonio Guirado, que siempre estuvo bajo la lupa de la Guardia Civil, se derrumbó ante los investigadores y el Jefe de la Policía Local de Olot, Josep Torrent, y confesó ser uno de los secuestradores junto a otro agente local, Josep Zambrano, que falleció en 1997 por una sobredosis.
En su confesión, Guirado también implica a Ramón Ullastre, vigilante municipal de San Pere de Torelló, una localidad ubicada a 35 km. de Olot, y explica que es en ese municipio, en la propia casa de Ullastre, donde construyeron el zulo en el que ocultaron a la farmacéutica.
Cuando detienen a Ullastre, este implica también a José Luis Paz, alias Pato, y a Sebastiá Comas, alias Iñaki (el carcelero de Feliú y quien tomó la decisión de liberarla). También fue detenida la mujer de Ullastre, Montserrat Teixidó, acusada de conocer y permitir el secuestro en su propio domicilio.
El juicio por el secuestro de la farmacéutica de Olot
Incluso contando con las confesiones de los autores, la instrucción del caso resultó compleja y, tras dos años en prisión provisional sin fianza, todos los implicados fueron puestos en libertad a la espera del juicio, que comenzó finalmente el 27 de noviembre de 2002.
Joan Casals y Javier Bassa, que seguían estando imputados como responsables intelectuales del plan, fueron exonerados de culpa por parte del resto de acusados, que negaron tan siquiera conocerlos.
Ramón Ullastre confesó ser quien envió desde Madrid la carta con la cinta de cassette y así lo confirmó el ADN que se conservó en la solapa y el sello del sobre.
También insistió con vehemencia en que su mujer nunca formó parte de la trama ni tuvo conocimiento del hecho, si bien no resultó creíble que esta no oyera ni viera nada extraño durante todo el tiempo que, bajo el jardín de su casa, María Ángels Feliú permaneció sepultada.
Finalmente, Bassa y Casals resultaron absueltos junto con Juan Manuel Pérez Funes, un entrenador de fútbol regional que también fue imputado. El resto de acusados fueron declarados culpables de la detención ilegal de la farmacéutica y condenados a distintas penas en función de su grado de participación.
El caso se cerró con algunos reproches de María Ángels hacia la prensa debidos a las especulaciones infundadas (se llegó a insinuar que todo fue un montaje de la propia farmacéutica) y al tratamiento amarillista que ciertos medios de comunicación le dispensaron tras su liberación.
Y tú, ¿qué opinas?
Si quieres dar tu opinión o hacer algún aporte sobre las cuestiones que trata esta entrada, te leo en el apartado de comentarios y te invito a que compartas el artículo. ¡Gracias! 🙂