Matar a una niña por envidia: el horrendo crimen de Piedras Redondas
La zona conocida como Piedras Redondas, en Almería, es un barrio habitado en su mayor parte por familias de raza gitana. En el año 2002 una de esas familias era la formada por Joaquina Cortés, Antonio Fajardo y su hija Montse, de 7 años.
La pequeña es una niña alegre y risueña que, con su gracia y desparpajo, se ha ganado el cariño de sus vecinos y es el centro de atención en las reuniones de familiares y amigos.
Montse no regresa a casa
El 17 de marzo de ese año, Montse acude a la fiesta de cumpleaños de uno de sus primos. Cuando el evento acaba la pequeña emprende el camino de vuelta a casa con la confianza que otorga vivir en un barrio donde prácticamente todos son familia o se conocen.
Pero por el camino se pierde su rastro. Su madre, que en ese momento está embaraza de 6 meses de su segundo hijo, da la voz de alarma. De inmediato se produce una movilización vecinal en la que prácticamente toda la barriada peina los alrededores en busca de la pequeña.
Las horas pasan y la angustia crece al no tener noticias de Montse. Todos la buscan con la esperanza de que se haya desorientado hasta que, sobre la 01:30 de la madrugada, alguien encuentra el cuerpo sin vida de la pequeña.
Puñaladas y ácido
Montse aparece envuelta en una sábana y dentro de una caja de cartón. Está desnuda de cintura para abajo, aunque más tarde se sabrá que no ha sufrido abusos sexuales, tiene numerosas heridas de arma blanca por todo el cuerpo y ha sido rociada con algún tipo de líquido corrosivo.
El macabro hallazgo se produce a muy pocos metros del número 130 de la calle Sierra de Fondón, lugar donde reside el matrimonio Santiago: Juana y Antonio. Juana es prima del padre de la niña y Antonio, a su vez, es primo de la madre.
En su papel de familiar de la víctima, Juana Santiago muestra en las horas siguientes su dolor frente a las cámaras de televisión y pide justicia ante los micrófonos sin saber que está bajo la lupa de los investigadores.
Pero será otra muerte la que agudice aún más las sospechas de la policía. Al día siguiente del hallazgo del cuerpo de Montse, el 19 de marzo de 2002, el marido de Juana, Antonio Santiago, aparece ahorcado en un árbol del paraje conocido como “las canteras de Lucas”.
Las pruebas y el móvil del crimen
Los investigadores registran el domicilio del matrimonio Santiago y detienen a Juana como presunta autora de la muerte de Montse. Previamente han averiguado que la caja en la que fue abandonado el cuerpo procedía de un supermercado cercano y se correspondía, según los albaranes del comercio, con una mesa vendida a Juana y Antonio.
Además, en el registro de la vivienda fueron encontradas el resto de piezas del juego de sábanas al que correspondía la que envolvía el cuerpo de Montse. Ante estas evidencias Juana reconoció haber participado en los hechos, pero sólo admitió haber colaborado limpiando la escena y trasladando el cuerpo.
En su intento por exculparse Juana señaló como ejecutores del crimen a su marido Antonio y a otro matrimonio de familiares, el formado por Engracia Santiago y Antonio Fernández, que fueron detenidos días más tarde.
Sin embargo, el ácido con el que la niña fue rociada había causado también heridas en las manos y las piernas de Juana, que además tenía cortes en una mano que no pudo justificar. Todo ello señalaba a Juana como interviniente principal en el asesinato de Montse.
El móvil que la policía barajó para semejante atrocidad fue, por increíble que parezca, el de los celos y la envidia. Juana no podía soportar que Montse robara la atención y el protagonismo familiar a su propia hija, Carmen Mari, que tenía 10 años en el momento de los hechos. Montse era quien centraba las atenciones y halagos en las reuniones familiares y vecinales, quedando Carmen Mari relegada a un segundo plano.
La mente perturbada de Juana no asimilaba estas situaciones y las interpretaba como hirientes gestos de desprecio y marginación hacia su hija, y por tanto, también hacia ella, culpando a la inocente Montse y acumulando de forma progresiva un odio enfermizo hacia ella.
Un alma inocente en el infierno
La investigación señaló que tras el cumpleaños de su primo, en el que Montse volvió a ser el centro de atención de la fiesta, la ira de Juana se desbordó. Aprovechando la confianza de la niña consiguió que ésta entrase en su casa y una vez allí, la ató de pies y manos a una silla situada sobre un gran barreño.
Después la amordazó y la desnudó de cintura para abajo, quedando la niña totalmente a su merced. Antonio, el marido de Juana, conocido por su carácter sumiso ante ella, no pudo o no supo evitar que ésta siguiera adelante en su estallido de locura.
También se acreditó la intervención en los hechos del matrimonio formado por Engracia y Antonio, aunque no se pudo concretar en qué momento éstos se incorporaron a la acción y cuáles fueron exactamente sus roles. Pero sí se corroboró que, lejos de evitar la tragedia, ambos colaboraron en mayor o menor medida en el asesinato y posterior traslado del cuerpo.
Los investigadores concluyeron que con la niña maniatada a la silla y totalmente indefensa, Juana la roció con ácido, provocándole quemaduras en el 80% de su cuerpo, y que la apuñaló hasta en 36 ocasiones con un pequeño cuchillo en cuello, tórax y abdomen.
Seguidamente, los cuatro adultos limpian los restos de sangre en la casa y envuelven el cuerpo en una sábana. Después se deshacen del cadáver en la caja de cartón, teniendo que depositarla tan cerca del propio domicilio por temor a ser descubiertos en el traslado por alguno de los vecinos que peinaba las calles en busca de la niña.
Algunas hipótesis apuntaron a que la hija de Juana, la pequeña Carmen Mari, pudo estar presente y ser testigo de todo lo ocurrido. Incluso algunas teorías dejaban la puerta abierta a que pudiera haber participado directamente en el apuñalamiento de Montse, basándose en la escasa profundidad de algunas de las heridas de arma blanca.
Este detalle podría sugerir que las puñaladas menos incisas no habrían sido causadas por un adulto si no por alguien con poca fuerza física. Pero esta teoría quedó en una mera hipótesis y finalmente fueron Juana, Engracia y Antonio los tres inculpados, siendo todos ellos condenados en el año 2005 a la pena de 23 años de prisión.
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