Miscelánea

¡Hasta siempre, Alastrúe! ¡Big abrazo!

Querido Javier:

Apuesto a que nunca te imaginaste apareciendo en un blog dedicado a la labor policial. Tus terrenos eran otros bien diferentes: hostelero de prestigio previo paso por la música (con nada menos que dos números uno de los 40 Principales al bajo de «Platino») y, sobre todo, un visionario en el campo de la comedia.

Apostaste por los monólogos cuando nadie los conocía en España. Ese olfato te permitió codearte con los mejores de ese arte y ser mentor y descubridor de unos cuantos. Nuevos cómicos (como el programa homónimo de Paramount Comedy) que mostraban a este país una forma distinta de hacernos reír y que, poco a poco, fueron puliendo sus textos y actings hasta convertirse, algunos de ellos, en rutilantes estrellas del humor, el cine y la televisión. Goyo Jiménez, Dani Rovira, David Guapo, Agustín Jiménez o J.J. Vaquero, entre otros muchos, te llamaban, como yo, amigo.

De izq. a dcha.: Don Mauro, Javi Alastrúe, Carolina Noriega, José Luis Gil y Pedro Llamas

Bautizaste tu cuartel general como «Ópera» y aquel local se convirtió en un templo de la comedia. Visita ineludible, por tanto, para un joven funcionario que acababa de aterrizar en Valencia para ejercer como policía y que, lejos del malicioso cliché que nos acompaña en el oficio, era gran aficionado al humor.

Tu hospitalidad y camaradería permitieron que entablásemos una conversación que no tardamos en llevar a nuestra pasión compartida por la risa, la comedia y los comediantes. Esa fue la llave para cimentar una amistad que terminó de construirse con tus gestos de bondad infinita. Como, por ejemplo, abrirle las puertas de tu casa a ese recién llegado a la ciudad al que acababas de conocer y que, en aquel momento, no tenía más conocidos que sus propios compañeros de oficio. «Vente a cenar en nochevieja, que cocina Don Mauro», me dijiste.

Portada del disco «Esas chicas» de la banda «Platino», con Javier Alastrúe al bajo

«Ópera» bajó la persiana, pero sus noches de comedia continuaron adelante en otros espacios, junto con nuevos proyectos siempre relacionados con el humor y las artes. Quedaba claro cuál era tu pasión, de la que supiste hacer tu medio de vida y, también, una forma de ayudar a los demás. No fueron pocos los bolos benéficos que organizaste para echar una mano en todo tipo de causas. Y a pesar de los quebraderos de cabeza que ello suponía, siempre con tu eterna sonrisa dibujada en la cara.

En los últimos años, las circunstancias de ambos espaciaron mucho nuestros contactos. Nunca lo sentí como un distanciamiento, pues no obedecía a nada malicioso. Por eso, cuando podíamos dedicarnos un ratillo para ponernos al día no importaba el tiempo transcurrido desde la última vez. Todo era, exactamente, como siempre.

De un lado, las puertas de «Ópera». Del otro, Javier Alastrúe y yo

Pero las seis letras malditas jugaban sus cartas cada vez con más fuerza y, aunque peleaste como un jabato, tuviste que rendir tu espada en una batalla que nunca se libra en igualdad de condiciones. ¡Qué injusto! ¡Cuánta rabia! ¡Cuánto vamos a echarte de menos!

No pude decirte adiós y, por ello, esta es mi humilde forma de expresarte mi gratitud. Por haberme regalado tu tiempo, charla y compañía en tantas ocasiones; porque fuiste (y seguirás siendo) un ejemplo a seguir para mí en muchos aspectos y, sobre todo y en definitiva, ¡por ser mi amigo! Tu ausencia llena de lágrimas los ojos de este madero.

Y si tengo que despedirme de ti, me gustaría hacerlo de una forma tan sentida como sencilla. Con un ¡hasta siempre! acompañado de la misma frase con la que tú solías cerrar nuestras conversaciones: tocayo, ¡big abrazo!

Javier del Molino

Crecí en el barrio de Pizarrales (Salamanca), lugar de nacimiento de un famoso delincuente: «el Lute». Pero yo elegí el otro bando. Por eso hoy escribo sin pretensiones de fama ni fortuna, pero con conocimiento de causa, sobre el bien y el mal, sobre policías y ladrones, sobre criminología y criminales…

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