Crimen e investigación

La parricida de Santomera

Paquita González Navarro y José Ruiz Nicolás se conocieron en el año 1987 y, apenas un año después, contraerían matrimonio civil tras quedar ella embarazada del que sería su primer hijo: José Carlos.

La joven pareja y su primogénito se instalan en la localidad de Santomera (Murcia), en una vivienda unifamiliar de la calle Montesinos, y con el paso de los años tendrán otros dos hijos varones: Francisco Miguel y Adrián Leroy.

Una relación rota

A comienzos del año 2002, cuando sus hijos tienen 14, 6 y 4 años respectivamente, la relación del matrimonio está muy deteriorada. Tiempo atrás, Paquita descubrió una infidelidad de José y vivía convencida de que éste seguía engañándola siempre que tenía oportunidad.

Además, José pasaba mucho tiempo fuera de casa debido a su profesión (camionero de portes internacionales) y esto alimentaba las obsesiones insanas de Paquita, que llegaba a disfrazarse para espiarle y poder sorprenderle in fraganti.

Las discusiones elevadas de tono son una constante en la pareja, tanto en los momentos en que ambos coinciden en el domicilio como a través del teléfono cuando están separados. Paquita, que en ese momento tiene 35 años, consume además alcohol y cocaína de forma frecuente y en grandes cantidades, lo que no contribuye a serenar sus pensamientos.

Pero en lugar de plantearse la posibilidad de zanjar su relación con José, Paquita comienza a maquinar en su mente cómo podría vengarse de su marido y provocarle el mayor daño posible.

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Francisca González Navarro

En uno de sus seguimientos a José hasta un polígono industrial, Paquita cree ver a lo lejos a su marido junto a otra mujer en una cafetería. Esta visión, lejana y no confirmada, será motivo suficiente para que Paquita corrobore sus sospechas y sirva como detonante para la tragedia.

El «síndrome de Medea»

El resentimiento es tan desmedido que una hipotética muerte de José no parece castigo suficiente en la mente de su esposa. Sobre Paquita sobrevuela entonces la sombra del síndrome de Medea.

Con este nombre es como se conoce al trastorno por el que una madre o un padre pueden llegar a causar algún daño a sus hijos, o incluso la muerte, como forma de venganza hacia el otro progenitor.

Por increíble que parezca, un instinto tan puro y fuerte como el maternal o paternal pueden verse completamente anulados y desvirtuar la figura de los hijos hasta convertirlos en simples instrumentos para conseguir vengarse de la pareja. Era el caso de Paquita, que había decidido vengarse de su marido matando a sus hijos.

Parece lógico pensar que algo tan irracional como matar a la propia descendencia sólo podría llevarse a cabo en un arrebato o estallido incontrolable. Sin embargo, Paquita pensó y planificó todos los detalles.

Hasta el punto de decidir que las víctimas no serían sus tres hijos, si no los dos pequeños, Francisco y Adrián, por ser los que, por su edad, opondrían menor resistencia. Su otro hijo, José Carlos, había cumplido ya 14 años y tenía fuerza y corpulencia suficiente para suponer un problema.

José, Paquita y José Carlos, el mayor de los tres hermanos parricidio santomera
José, Paquita y José Carlos, el mayor de los tres hermanos, durante el entierro de Francisco y Adrián

Matar a los niños y elaborar la coartada

En la madrugada del 18 al 19 de enero de 2002, Paquita ejecuta su plan. Ha consumido cocaína, alcohol y otros fármacos y ha discutido por enésima vez con José por teléfono.

Su marido está trabajando con su camión en el extranjero y, cuando esto ocurre, Francisco y Adrián duermen junto a Paquita en la cama de matrimonio. Sobre las 2 de la mañana, con José Carlos ya acostado en su habitación, Paquita se dirige al dormitorio principal en el que Francisco y Adrian descansan plácidamente.

Se ha provisto del cargador de su teléfono móvil y, con el cable del mismo, rodea el cuello de Francisco, de 6 años, y aprieta hasta asfixiarle. A pensar de su corta edad, el pequeño se sobresalta y lucha por escapar de la muerte, pero sólo consigue arañar levemente la cara de su madre antes de morir.

A continuación, Paquita repite la asfixia con el cable en el cuello del pequeño Adrián, de 4 años. Los gritos de sus hermanos despiertan a José Carlos, pero éste, acostumbrado a que su madre riña y golpee a los pequeños con frecuencia, lo toma como una regañina más y sigue durmiendo sin poder sospechar que no volverá a ver a sus hermanos con vida.

Imágenes de la inspección ocular en el chalet y del levantamiento de los cuerpos parricida santomera
Imágenes de la inspección ocular y traslado de los restos mortales

Con los cuerpos de sus dos hijos aún sobre la cama, Paquita da forma a su coartada. Pretende simular que alguien ha entrado a robar en la casa y, tras dejarla a ella inconsciente, ha matado a los pequeños. Para ello coloca en el salón un spray con el que argumentará que los asaltantes la durmieron y que no recuerda bien lo sucedido.

También oculta por la casa algunas de sus joyas para justificar el robo y rompe desde el exterior una de las ventanas de la vivienda para simular el lugar por el que accedieron los asaltantes. A primera hora de la mañana despierta a José Carlos y le pide que llame a emergencias porque alguien ha entrado a robar y sus hermanos no se mueven.

Detenida tras el entierro

Durante el funeral de los pequeños Paquita se muestra rota por el dolor ante los vecinos del pueblo y las cámaras de televisión mientras camina llorando tras los féretros, agarrada a su marido y a su hijo José Carlos.

Pero en cuanto concluye el sepelio, la Guardia Civil detiene de inmediato a Paquita como presunta autora del crimen. A los investigadores no les cuadra que un ladrón mate a las dos personas que menos oposición podrían mostrar al robo y, además, observan múltiples contradicciones cuando Paquita relata su versión de lo ocurrido.

En su declaración habla en ocasiones de dos asaltantes y, en otras, de uno. También dice haber quedado inconsciente tras ser rociada con el spray pero no presenta irritaciones en los ojos ni en las mucosas.

Sobre los arañazos en su rostro, manifiesta que le fueron causados por los asaltantes, aunque más adelante diría de ellos que llevaban guantes. Pero la prueba definitiva serán los restos de ADN de la propia Paquita que se llevó bajo las uñas el pequeño Francisco en su desesperado intento por zafarse del ataque de su madre.

Finalmente, y tras un registro exhaustivo de la vivienda, las joyas que, según Paquita, le habían sido sustraídas, aparecieron ocultas en el interior de un cojín del sofá. José Carlos declara por video-conferencia para evitar el contacto con su madre y su testimonio sobre los gritos que escuchó durante la noche son reveladores.

Imágenes inéditas obtenidas por «La Opinión de Murcia» de la declaración de Paquita González durante el juicio

Ante estas evidencias que dejaban clara la simulación del robo por parte de la acusada, su estrategia de defensa da un giro y busca explicar lo sucedido en una falta total de voluntad sobre sus actos por la ingesta de grandes cantidades de alcohol y cocaína.

Pero la sentencia, dictada en el año 2003, condenó a Paquita González Navarro a 40 años de prisión como autora del doble asesinato y señaló de forma rotunda que el consumo de sustancias no afectó a su conducta y que fue plenamente consciente de sus actos en el momento en que acabó con la vida de sus hijos.

Tercer grado concedido y revocado

En el año 2016 Paquita salió por primera vez del penal de Campos del Río con un permiso, disfrutando de varios más hasta que, en julio del 2020, le fue concedido el tercer grado penitenciario

Sin embargo, no tardó mucho en perder este beneficio al incumplir las condiciones del mismo. Paquita facilitó un domicilio en Alicante que resultó ser el de un conocido con el que no convivía y el tercer grado le fue revocado.

Fotografía de Paquita durante uno de sus permisos penitenciarios

Tras esto, ha vuelto a disfrutar de algunos permisos, aunque después de uno de ellos se detectaron en su orina restos de estupefacientes y, por este motivo, también este privilegio le fue restringido durante una temporada.

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Javier del Molino

Crecí en el barrio de Pizarrales (Salamanca), lugar de nacimiento de un famoso delincuente: «el Lute». Pero yo elegí el otro bando. Por eso hoy escribo sin pretensiones de fama ni fortuna, pero con conocimiento de causa, sobre el bien y el mal, sobre policías y ladrones, sobre criminología y criminales…

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